Entre 1700 y 1820, España construyó para su Real Armada (sobre todo en los astilleros de Cádiz, La Carraca –San Fernando–, Ferrol y Cartagena, pero también en ultramar) 428 navíos y fragatas, sin contar con otras embarcaciones. La mayor parte, 148 navíos y 134 fragatas, se fabricaron a partir de 1750, cuando el reino español necesitaba reforzar su poder naval para competir con el de ingleses y franceses por el control de los océanos a la vez que defendía sus colonias americanas.
Con la plata y los impuestos traídos de allí, la Real Hacienda realizó una inversión sin precedentes que elevó la ciencia y la tecnología española a través de la empresa naval a un nivel que, comparativamente, no ha vuelto a recuperar hasta finales del siglo XX y principios del XXI.
El historiador Juan Marchena. Carlos Márquez
En 1700 la Armada tenía dos barcos de gran eslora en activo y en 1780, en su momento de mayor esplendor, 119. Dos de esos majestuosos navíos casi tan altos como la Giralda ocuparían un campo de fútbol. Apenas medio siglo después, en 1830, perdidas casi todas las colonias americanas y sus recursos, ese poderío naval había quedado reducido a la nada. Ese año, el número de navíos y fragatas en activo era cero.
Comparativa con un campo de futbol.
Comparativa con la Giralda de Sevilla.
¿A qué se debió este desastre? Marchena, profesor de Historia y director del Área de América de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, rebusca en sus hojas estadísticas, fruto del primer año de investigación del proyecto internacional y multidisciplinar que encabeza, 'Apogeo y crisis de la Real Armada,1750-1820', y enseña otros datos demoledores: no, la mayor parte de esos barcos no se hundió luchando contra las olas ni en épicos combates como el de Trafalgar, sino de puro abandono, amarrados al puerto del que apenas salieron a navegar «en torno a un 5% de su vida» (en 30 años de servicio, alguno navegó sólo 200 días).
Fijémonos en la causa de la baja de los 146 navíos que hubo entre 1750 y 1820: hundidos en combate, 6 (4,1%); barrenados o incendiados por su propia tripulación, normalmente para evitar que cayera en manos enemigas, 6 (4,1%); capturados, 27 (18,4%); incendiados, estallados, 5 (3,4%); naufragados en temporal, 28 (19,1%); vendidos, 5 (3,4%); cambiados, 2 (1,3%); cedidos, 6 (4,1%)..., y desguazados por inútil o sin carena, 61 (41,7%). Más de la mitad de éstos, en Cádiz y La Carraca. «Pudrieron el esfuerzo de un siglo», sentencia Juan Marchena.
Para cuando llegó la guerra contra los independentistas americanos, ya «sólo quedaban tres navíos; uno estalló en el Caribe y otro se hundió en la Antártida (fue el primer barco español en llegar hasta allí), arrastrado mientras intentaba pasar el cabo de Hornos. Arqueólogos argentinos, chilenos y españoles hallaron restos suyos hace poco. Era el 'San Telmo'».
¿Pero por qué se dejó pudrir a la espectacular flota cuya construcción había impulsado el despegue técnico y científico de la España ilustrada del XVIII? ¿Por desidia? O más bien por miedo. Marchena explica, basándose en el análisis de los cuadernos de bitácora, que esas gigantescas naves eran tan caras que los ministros de Marina las mantenían casi siempre amarradas a puerto por «pavor» a que se las capturara el enemigo, algo que supondría un desastre doble: el barco que se perdía pasaba a navegar bajo la bandera del rival, como le ocurrió al 'San Ildefonso' tras ser apresado en el Peñón.
Bandera del San Idelfonso despues de una batalla.
Detalle de lo que ocupa una bandera en un navio de linea.Para hacerse una idea del tamaño del barco vean ahora la bandera a tamaño real.
Bandera del San Idelfonso.
Bandera original del San Juan Nepomuceno, año 1766.
Fuente: Internet.
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